LAS COSTUMBRES DEL PAÍS

Ante la ruptura inminente de España, el Señor de las Azores llamaba al frente de batalla con una frase, como todas las suyas, inquietante y cortita: «El que pueda hacer, que haga». La exhortación del pequeño superintendente honorario del PP, (el mismo que quiso engañar a todo el país sobre la autoría de los atentados del 11-M), no era una novedad en su partido, siempre dispuesto a hacer lo que haga falta, práctica que para Enric Juliana ya cuenta con veinte años de solera. Pero, en realidad, siempre ha sido así, y de hecho nadie recuerda en el reino de España que el PP se haya parecido alguna vez a un partido conservador de corte liberal europeo, lo que es bastante lógico en una formación fundada por exministros franquistas.

El que pueda hacer, que haga. Mandato de hierro orientado no a hacer oposición sino a desbaratar, minar e imprecar a los gobiernos de signo contrario, a cubrir de insultos y vejaciones a sus presidentes y a cargar contra las instituciones cuando el PP no las controla. Ya pasó con Zapatero, y con González (hombre de flaca memoria, aquejado de masoquismo), para quien organizaron incluso una conspiración, y pasa, claro está, con Sánchez.

La idea de «hacer», en el PP, es esa: hacer lo que les venga en gana, ventaja con la que no cuentan, desde luego, los partidos liberales europeos, con sus líneas rojas a los partidos de extrema derecha, sus ejercicios de responsabilidad, su sentido de Estado y su etiqueta parlamentaria.

Siendo además el PP «un yermo ideológico», como dijo García Margallo en un arranque de sinceridad, la inclinación de sus dirigentes a seguir instintivamente la llamada de la selva es tan habitual que ya no constituye una sorpresa. De ahí que las críticas al pacto entre el PSOE y Junts insistan en un lenguaje cuyas connotaciones predemocráticas son obvias: la «humillación» a «España», la «vergüenza», y el «honor» perdido: una colección de simplezas destinada a ocultar la deslegitimación de los resultados electorales y el contagio de las retóricas y tácticas fascistas.

Habría sido, pues, no ya sorprendente sino insólito que Feijóo condenara de inmediato y sin reservas las revueltas antisistema en Ferraz, porque después de todo, ese hombre de aspecto anodino ha sido el que más «ha hecho» en el PP, metiendo en los gobiernos de ayuntamientos y autonomías a Vox, cuyo dirigente máximo alentaba a las fuerzas policiales que protegían la sede socialista a «incumplir órdenes ilegales», o sea, a la rebeldía, y anteayer sostenía que había meter a Sánchez en prisión, demostrando lo que se podía «hacer», lo que había que «hacer», lo que necesita España.

El que pueda hacer, que haga. No «hizo» menos en esas noches de motín y ardiente patriotismo el Corpo Truppe Volontaire de los medios afines, que volvió a tomar las cotas más altas del pensamiento débil para justificar la libertad de las masas callejeras, que gritaban «¡Marlaska, maricón!», «¡Sánchez, psicópata!”», «¡Arriba España!» y enarbolaban banderas franquistas y pancartas con lemas neandertales.

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Tampoco dejó de «hacer» la fiel infantería judicial, que con heroica rapidez corrió a imputar a Carles Puigdemont y Marta Rovira por un delito de «terrorismo», porque a la hora de «hacer» ciertas cosas hay que hacerlas con todas las de la ley y, obviamente, la persecución judicial, o «lawfare», es una ficción independentista.

Había y hay tanto que «hacer» por la doliente España, que los arzobispos de Valladolid y Oviedo y los obispos de Orihuela y Murcia no dudaron en presentarse resoplando en el frente de batalla dando cobertura espiritual a la cruzada contra Sánchez, la amnistía nefanda y el independentismo diabólico. En ese polvoriento cuadro de época solo faltaban los aspavientos y proclamas de unos cuantos espadones como remate de tan alto grado de cultura democrática.

Y todo eso, ¿por qué? ¿Porque se ha pactado una amnistía que no preocupa en absoluto en Europa y que hasta el Financial Times cree necesaria para normalizar la vida pública catalana? ¿Porque Sánchez ha negociado con el nacionalpujolismo, como hicieron González y Aznar, para mantenerse en el poder? ¿Porque los independentistas piden un referéndum, como en Escocia? Los mismos que llevan años agitando las aguas y tanto contribuyeron al avance secesionista, nos avisan de que viene una tempestad. Los mismos que han concedido a los fascistas un inmenso poder en las instituciones democráticas y no condenan las arengas golpistas de Abascal ni rompen políticamente con Vox nos dicen que Sánchez es un traidor, un dictador. Pero el verdadero peligro para el Estado de derecho son los partidos y los centros de poder que ya no creen que la soberanía nacional reside en el Congreso de los Diputados y han hecho de la calle el eje de sus maniobras políticas porque no alcanzaron sus últimos objetivos electorales.

El que pueda hacer, que haga. Si esas son, junto a una acrisolada crueldad y una histeria irreprimible, presentadas como virtudes patrióticas, las costumbres del país (o de medio país), entonces no es extraño que los independentistas, más allá de sus muchas culpas, quieran separarse de él, ni improbable que el secesionismo vuelva a remontar a medio plazo.

El que pueda hacer que haga. El patético Señor de las Mentiras y las Guerras no habrá quedado defraudado.

Fuente: LEVANTE

Foto: EFE

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